Allá por el atardecer ,cuando las espigas se tornan de pálido oro y desnudas quedan las amapolas por las caricias del viento del sur . En un remanso en el borde del camino ,rompeolas estepario herido por una alambrada de oxidado espino ,asienta en un palo un mochuelo de ojos hendidos y mirada sabia.
Aniceto gusta de acercarse a la orilla del trigal para observar como las olas de trigo se alejan hasta estrellarse en el tronco del viejo olivo. En el cortijo dice que sale a tomar el fresco ,pero en realidad va al encuentro de sus pensamientos y esperar en silencio la puesta de sol .
Cuando llega el momento callado en el que las tierras del Temple quedan sombrías ,oye las voces de su interior, las que hablan de sus sueños , las que dan consejos , las que le hablan con sentimiento paternal.
Las espigas se hacen murmullo de mar en el crepúsculo ,con el guiño de las primeras estrellas . En la magnitud del firmamento difuminado de creciente oscuridad se pierde la vista de la sierras y los montes de la Cabra ; Con un cigarro encendido Aniceto se hace reflexivo ,se siente grande y capaz ,al contemplar como las montañas que rodean la comarca ,se hacen invisibles y los muros que encierran su ilusion y su libertad desaparecen para sentirse libre en cada atardecer.
AUTOR Francisco Manuel Cortes Fernadez
FOTO Antonio Castro Sanchez (Antoñillo)
secano Santa Fe y La Malaha